La mediocridad tiene cura. Lo que preocupa es su carácter asociativo. Esta es nuestra consigna de hoy. El problema es que la dualidad de adscripción al lado creativo de la singularidad obra en desventaja numérica, respecto de los que se inclinan por el lado del desaprovechamiento de la propia valía y desarrollan la filosofía del camino fácil.
¿Cómo sabe una persona que se hunde en la mediocridad?
Cuando se siente que la monotonía y la rutina anulan los canales creativos, la vida empieza a pesar como una losa y se experimenta dolor. Es un dolor mudo. En mi caso, la monotonía jamás es algo que me acose. De ser así sentiría un pánico lo suficientemente intenso para agitarme interiormente y recobrar el sentido de la estructura. Siempre busco hacer las cosas desde el lado de la entrega y la vocación. Incluso cuando estoy muy cansado, exhausto y siento vacío energético, jamás pierdo la senda de todas las cosas buenas y trascendentes que emprenderé/continuaré cuando me haya recuperado. De hecho estos son los poderosos estímulos que me tiran arriba mucho antes de lo que es normal en una persona, digamos, con poca fe en sus propias posibilidades.
Entonces, la solución es doble.
Si eres una persona fuerte y con valores, luchas titánicamente para dar todo lo que tienes con el fin de evitar que el demonio te robe el alma y te convierta en un ente. Solo la insinuación ya invita a creer. Puedes ser 9/10 pero respetando a los demás. No hay mal en ello. Nadie queda obligado a ser un referente. Lo que es inmoral es buscar la notoriedad sobre patrones basados en la obsesión por increpar.
En cambio, hay personas que por desgracia tienen un motor interno que no ruge como un coche americano, sino como un utilitario de escasa potencia.
La consistencia como persona es algo que se inculca en el proceso de formación de los valores y del carácter. Unos los son porque se relajan en exceso, por desencanto. Otros, no son conscientes. Van a la deriva hasta que hacen de la pasividad y la malentendida normalidad desde la percepción de la mayoría, lo más parecido a una filosofía social justificada.
Si vivimos en un mundo al revés, y el trabajo y la bondad se penalizan, es porque el COVID19 no debería ser nuestra mayor preocupación.
Hay un virus llamado mediocridad y está muy extendido. Hace años. Alguien lo quiso así y lo recompensa. Trabajó con denuedo. La mediocridad tiene cura y no nos la inyecta ningún médico. No se fabrica en un laboratorio:
Es simple y llanamente reaccionar ante lo que no funciona.
Lo que si está claro es la asociación de un colectivo sin talento cuyo único don por antonomasia es incordiar y dar malvivir porque categóricamente vive mal y yerra de toda ley la estrategia para vencer sus tribulaciones.
Para ellos, esos seres cuya única directriz es lamentar y asociarse para llorar en colectivo el éxito y el espíritu del resto, el mundo, que duda cabe, está lleno de ideologías para dar y tomar. A su disposición, una extensa lista de excusas para posponer todo cuanto compromiso de sacrificio y trabajo te puede hacer alguien diferente. Es decir, personas para quienes la dicha y la felicidad se dibujan como algo muy efímero y ajeno a la propia determinación, pues siempre necesitan externalidades que las activen. Ahí empieza el problema: son manipulables.
Por ley física, el vacío tiende a implementarse de forma directamente proporcional al volumen del recipiente.
Ahora la vida se simplifica.
Empieza la cuenta atrás hacia ninguna parte. La concentración y el gusto por cuidar el producto del momento y del trabajo han muerto. El único y triste objetivo es, atención, cumplir, cubrir un horario. Formar parte de una mayoría que siempre te avalará en la falsa creencia de que todo esfuerzo es inútil, de que hagamos lo que hagamos, vamos todos a la misma parte. Eso es cierto y es falso. La cultura de la resignación no es 100% compatible con la sabiduría de la aceptación de los límites.
Falso en la parte en que la diferencia está en el modo, el espíritu, la consciencia y la conciencia con la que se llega.
Reaccionar y emprender una lucha pertinaz por buscar la excelencia y el sello de autor. La identidad profunda es el producto de la resistencia a caer en la desidia y la depresión. Ser uno más no rivaliza con destacar por valores especiales. Las fuerzas que rigen nuestra sociedad nunca parten del pensamiento común. Las actividades creativas tienen el poder de hacerte salir a flote en cualquier situación. Porque cuando llega el fin del camino sólo hay una verdad:
-¿Has obrado con honestidad?
-¿Has dicho no cuando otros decían sí y sí cuando el resto decía no?
-¿Te has dejado seducir por el camino fácil? ¿O has dirimido la situación con solidez y sin importar lo que hiciera la mayoría?
Piensa que la mayoría no es más que la falsa creencia de que el peso de la misma es en sí una verdad. No siempre es así.
De hecho, en muchas ocasiones, contradecirla afirmándote es garantía de éxito y de consistencia.
¿Has dado malvivir a alguien que en realidad sabías que te daba el espejo de lo correcto?
¿Te has aliado con ignorantes igual que tú para penalizar el cumplimiento del deber y la responsabilidad de otros que obraban de conciencia guiados por una visión y un noble cometido?
¿Te gusta desalentar a los demás? ¿Te hace sentir bien arrastrarlos a la dinámica de insatisfacción e improductividad que vives en tus propias carnes?
Hay quienes dicen que es producto de la ignorancia, otros de la maldad y un servidor afirma sin dudarlo que la maldad nunca la inventó una persona verdaderamente inteligente. Por definición, la inteligencia siempre buscará un argumento constructivo, positivo y cohesionador, no a la inversa.
¿Te has sentido poderoso por poner en un aprieto a alguien, falsear información, hacerle enfadar, malmeter de forma asociativa por el gusto de complacer a un tercero? Tengo una mala noticia.
Todo tiene un precio en esta vida.
¿Has timado al sistema o te has timado a tí mismo/a? Cuando las energías de la juventud desaparecen, los juicios de verdad, la revisión de vida, lo son todo.
Al atardecer de la vida te examinarán del amor.
…Y del trabajo, y del trato a los demás y de tu propia existencia. Puedes hacer de la vejez un camino de satisfacción con la conciencia limpia, o por contra, un infierno insoportable de culpabilidad. No hace falta llegar a ese momento para revisar la actitud de vida y rectificar…pero claro, el falso poder de la mayoría es una tentación y concede la errónea percepción de ostentar un rango, de representar la lealtad a algo. La triste realidad es que lo que se ha vendido por treinta monedas de plata, es la propia identidad.
El peso de la conciencia al final del tramo es despiadado. Tal vez no sea demasiado tarde para replantearse el sentido de la vida.
El vampirismo social siempre tiene la triste consigna de rendir pleitesía a un pseudo-líder.
No se aniquila con un crucifijo ni una estaca. Es suficiente sentir el reto de la curiosidad por lo que se podría ser, de no estar abducidos por la insustancialidad y ponerse a la tarea de volver a ser. Por tanto, tal como reza el título de este post, la mediocridad tiene cura.
Y es que liderar a un ejército de mediocres es sencillo. La capacidad para captar almas débiles parte de ofrecerles aquello de lo que carecen: atención, reconocimiento, belleza, alimento, argumentos para seducir al sol, a las estrellas y a la luna, así como la atribución de privilegios a cambio de gregarismo y obediencia. Dales esto y te servirán. Prueba a renegar de su generosa oferta y verás como harás de la soledad y el sufrimiento de los justos una profesión.
El liderazgo puro forma un equipo a partir de personas, creativas, nobles, autónomas y comprometidas.
No halla interés alguno en hacer de las limitaciones y la fragilidad de otros un instrumento placentero de control. Al revés, busca potenciar las fortalezas y minimizar las debilidades.
Como persona el líder es alguien falible que puede equivocarse y tener días malos.
La grandeza de un equipo limpio y fuerte es que con el trabajo realizado de potenciar valores, recibe el feedback que le recupera y le hace mejor para seguir haciendo más competentes a sus colaboradores.
¿Merece la pena?
¡Siempre! El amor propio no se puede comprar.
Fundirse en las mundanas tendencias y ser parte adscrita a un enorme rebaño. Craso error. La mediocridad tiene cura.
El peso de la mayoría como amparo de presión a las minorías es el reflejo de la incapacidad aceptada de que bajo ese abanderamiento ya no se podrá cambiar el mundo. La garantía de convertirse en un zombi social a cambio del triste de placer de contemplar el éxito y el esfuerzo ajenos y penalizarlos.
Dice la teoría del orden que una serie de mentes bien organizadas y con buen fondo crearán un producto brillante y que de cincuenta mentes descoordinadas sólo se generará el caos. No puedo estar más de acuerdo y lo digo por experiencia. El mal solo genera mal, es imposible esperar lo contrario.
¿Es tu conciencia lo suficiente sólida para despertar de tu pesadilla límbica afincada en la maldad y erigir a un Van Helsing capaz de clavar la estaca en el punto justo de liberar la lacra y despertar lo mejor de ti? La mediocridad tiene cura.
Que todos podríamos ser 1/10 es una falacia. 2+2= 5. Esta es nuestra paradoja. La naturaleza es selectiva. El mediocre profesional puede hacerse las siguientes preguntas y así saber si puede salvarse. Si reacciona a ellas en busca de su mejor versión, es que puede escapar de ese sectarismo masificado llamado el peso de la mayoría.
-Idolatrar a famosos.
-Idolatrar el dinero.
-Seguir lealmente modas y tendencias.
-Vivir estrictamente para imitar patrones inadecuados.
-Hallar placer en el mal.
-Al precio que sea.
-Traicionar para ganar favor o rango. Molestar, increpar, conspirar.
-Pensar que la admiración es incompatible con el propio desarrollo.
-Ver demasiado la televisión.
-Leer poco o nada.
-Renunciar la creencia de que se puede crear algo o la asociación positiva para ayudar y no hacer el mal.
-Perder toda convicción.
-Lo justo no interesa.
-Culto a la ley del mínimo esfuerzo.
-Pensar sin cuestionar con raseros propios.
-Desear mal, derribar y poner trabas a la persona que tiene éxito y disfruta de su trabajo en lugar de sentir curiosidad y buscar el propio sentido para lograrlo desde sí mismo/a.
-Analizar la parte por el todo y adscribirse a la parte.
-Poder elegir explícitamente entre bien y mal y por afición, tirar hacia el mal por sistema.
-Alergia al sacrificio y a la cultura del esfuerzo.
-No seguir el propio criterio independientemente de lo que piense una mayoría.
-Sepultar la creatividad y las actividades constructivas bajo los dictados de los sectarismos y la fuerza del grupo cuando este se basa en premisas vacuas.
-Temer a la reprobación del pseudo-líder. De hecho, creer en un líder de forma incondicional. Sumisión. La diferencia entre un líder es el marco de su conceptuación. En los deportes y en las empresas el rol del líder puede ser o no legítimo.
En el ámbito de las personas y sus relaciones, el concepto sano es el de referente. El del líder está de más. Siempre es delicado. Tiende a idealizarse y ahí empiezan los problemas cuando la masa no crítica encuentra un asiento para paliar su carencia.
Si ese es tu diagnóstico, reacciona o si dejas pasar demasiado tiempo no tendrás derecho a quejarte cuando llegado un punto, aquellos a quienes incordiabas han logrado una vida cómoda y satisfactoria.
La mediocridad tiene cura.
Esa es la buena noticia. La mala es que el precio para superarla, para saber vivir al margen de la mayoría y tener una felicidad propia y no vivir de una prestada, es muy alto.
Cuando la mente no se ejercita entra en recesión. La inactividad cerebral da rienda suelta de forma progresiva al cerebro reptiliano a partir de instintos como la ira, la tristeza extrema, la envidia y los celos. En este caso el remedio es la terapia.
Cuando el alma está fría, qué mejor que el calor humano que se siente en armonía con los demás y por la satisfacción de promover el bien ajeno. Es el caso de las actividades solidarias en equipo. La recuperación/descubrimiento del sentido.
Trabajar la autonomía, recuperar situaciones en las cuales impere el locus de control interno. Arriesgar para equivocarse y mejorar.
Disfrutar el resultado pero con la misma intensidad la consciencia y las vivencias del proceso. Dejarse guiar en las ayudas por personas que ayudan a dar lo mejor de uno mismo. El buen líder no teme ser superado si con ello mejora y se siente satisfecho por ello.
Es hora de romper el letargo y asumir responsabilidades, de hacer en lugar de esperar, de decidir y no dejar que otros lo hagan por ti.
Sólo así se re-sensibiliza la persona. Únicamente con el compromiso y la cultura del esfuerzo se experimenta el retorno de una nobleza perdida. Son sensaciones auténticas y muy poderosas. Auténticas victorias personales. Y es que cuando se experimenta lo que es ganar desde la humildad, la bondad y el compromiso, es difícil volver atrás, porque lo otro era estéril, febril y sin futuro.
En los casos en que el mal proviene de la ignorancia, el patrón recuperador se basa en la cultura, la sensibilidad, los principios y los valores, unidos a la empatía y aquel calor humano.
Se puede ser especial sin ser ni más ni menos que nadie. Basta con ser persona y los matices empáticos que requiere son sencillos.
El éxito no estriba en hacerse millonarios, sino en la facultad vívida de ser feliz con lo que haces y lograr tus objetivos. Tú, que has perdido la fe en ti mismo/a, ánimo.
¿Y si en lugar de desear mal a quien busca el éxito tomas la vía, como esgrime el gran Emilio Duró, de copiar a la bestia?
¡Es hora de reaccionar!
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