Con el relato que lleva por título: El hijo del ebanista, planteamos el importante y constructivo o destructivo papel que juega el rol del adulto en la implantación del concepto de fracaso en la primera infancia.

El hijo del ebanista da inicio al lado más dramático del fracaso. Esta narración llevará aparejado un análisis desde un punto de vista sociológico, pedagógico, experiencial y con vocación de ayudar a todas las personas que sufren en silencio los vestigios internos de sueños rotos que podrían haber realizado. Tras la revisión de las posibles actuaciones del adulto en el marco de las dinámicas de juego de su hijo/nieto/alumno veremos cuáles son las consecuencias de dicha?intervención y enclave coloquial en el modo en que el menor integra el fracaso como proceso necesario para pulir su aprendizaje, o por contra, un elemento destructivo y paralizante que trastornará su personalidad y su futuro.

Como mínimo, abrir una ventana, activar la motivación para visualizar un movimiento pull que invite a salir del fracaso como parte del ADN asumido.

Frivolizar el impacto del fracaso para convivir con él minorizando su impacto en la salud, acabar viviéndolo con humor mientras se va venciendo y superándolo, en definitiva.

Empujas con mayor convicción cuando deseas llegar a un punto determinado, porque la motivación que suscita llegar te inspira y te estira con una fuerza superior hacia el objetivo.

Son fundamentales en ese negociado el lenguaje, el tono, la diferencia entre valoración y juicio, la empatía vs rechazo ante lo que no comulga con una expectativa impuesta por decreto familiar.

El ámbito del fracaso es abundante, pero no absoluto.

Es mi deseo matizar que no es, ni debe sentirse fracasada aquella persona que por hacer algo que un triunfador así calificado por la sociedad menosprecia, si así no lo siente. El fracaso es la activación en el interior de una susceptibilidad que tendrá consecuencias futuras en la medida que afecte al individuo, porque se da en unas condiciones y momentos de la vida muy delicados por una cuestión de indefensión. El momento que se pulsa la tecla, empieza el proceso.

¿Cuándo el fracaso es referencial?

El fracaso es un sentimiento que en la peor situación posible, alguien instala en tu cerebro y en tu ser mediante un juicio de disvalor. En determinados entornos rígidos, poco comprensivos y castradores, aquel sentimiento de vergüenza, culpa que es muy difícil de colmar porque no tienes recursos emocionales autónomos para vencerlo, coartará tu desarrollo. Una carga de la que no te vas a desprender con facilidad en determinadas circunstancias. Y eso es así como verás en la historia que te voy a contar, El hijo del ebanista, porque cuando viene el primer golpe, nunca estás preparado.

Se presenta sin preaviso y a medida contrasta con un sentimiento contrario, una dedicación, menester o entretenimiento con el que tu estás aprendiendo pacíficamente y no te genera amargura.

Un sencillo proceso de ensayo error.

Por este motivo pongo énfasis en la naturaleza de su génesis: la primera experiencia se origina de forma referencial, es decir, algo o alguien nos lo hace sentir. Casi siempre alguien. En seco, con contundencia, desconsideración y habitualmente, con intimidación. De no haberse producido la desafortunada intervención estamos ante un niño que se bate con un reto. Algo muy normal que merece la pena respetar y contemplar con distancia. Do not disturb, dicen en inglés.

A excepción de apreciar grados superlativos de frustración, especialmente si vemos que el menor se autolesiona.

Las expectativas del adulto tienen mucho que ver en ello. Dejemos que disfruten el proceso pacífico de la infancia y el crecimiento a su ritmo y con naturalidad.

Fundamento natural.

Nos situamos en nuestras primeras experiencias de juego en la niñez. Lo que vengo en llamar el proceso de regulación. Si el adulto juega un rol constructivo de ayuda, o sencillamente como mero observador, ya está bien. Cumple una función auxiliar y de acompañamiento que es fundamental. Dar el empujoncito cuando es necesario. Ofrecer una alternativa si llega el momento, para distraer. Cuando la dificultad la presenta el reto: un puzzle, un cubo de Rubik, etc, diremos que el factor crítico es algo: un objeto, una tarea, un proceso que se nos cruza, una dificultad.

Durante la niñez tenemos una inusitada habilidad para vencer un obstáculo a base de perseverancia.

La percepción de que el tiempo es amplio e infinito confiere una calma esencial para gestar la primera fase del desarrollo consciente. Si ese objetivo que estamos trabajando se niega, somos renuentes a continuar sufriendo ante un límite y de forma natural, cambiamos a otra actividad, sin dramatizar en exceso.

Sin embargo, el agobio ante la percepción estresada del tiempo, el tempus fugit y mil ocupaciones propia del adulto puede ser determinante.

La proyección del adulto que interviene de forma inapropiada puede venir del lado de una descarga de frustración propia ante una situación que le obra como espejo y ante la que el cerebro límbico le impide contenerse. O bien,un deje de compasión impulsivo.

La reacción y el acompañamiento puede ser inapropiada en disintonía con esa calma y el derecho a ella de ese niño para quien el tiempo es generoso.

La sensibilidad del adulto ante el fracaso es tan aguda que siente la necesidad de compartirla. Cuando se hace sobre un niño se está cometiendo un grave error. Entonces, el padre, madre, abuelo -menos frecuente-, se agobia cuando lleva media hora viendo jugar al joven y no puede evitar intervenir…

Consejo:

Si el adulto no sabe que hacer, dejar hacer. Por ejemplo, NO AYUDA:

-Ve que el niño se estanca y en lugar de proponerle una pista o sencillamente dejarle pensar, le apremia y le habla en tono brusco. O le proporciona otro juguete sin darle la oportunidad de resolver el conflicto por sí mismo. Esta de más lanzar objetos, dar golpes y hablarle de cerca en tono agresivo o derrotista.

En esa tesitura la intervención es inadecuada porque rompe un momento mágico de la pedagogía de la situación entre el niño y el juguete o reto,?enclave en el que podría participar y aportar si lo hiciera de forma armónica.

El problema surge cuando el niño percibe que el adulto se agobia. ya sea con su lenguaje no verbal, el tono de sus palabras y/o la falsedad del mensaje de estar disfrutando con él -lenguaje paraverbal- y va a preferir jugar solo. Se inicia el círculo vicioso porque la relación se intoxicará. Cualquier juicio de valor sancionador o peyorativo que emita el referente cimentará hitos de frustración que con el tiempo harán sentir mal al menor, porque dejará de disfrutar de cualquier actividad que antes le llamaba la atención, o de plano, le apasionaba. Y las probabilidades de insertar el código fuente del fracaso en la conciencia del niño aumentan.

Hemos regulado.

Y como en la infancia impera el entusiasmo y las ganas de jugar, no tardaremos en ajustar expectativas y regular de forma natural. Así, hasta calibrar. Es un proceso privado de centrado. Lo hemos vivido. Esto se me atraviesa, insisto. Se me escapa, sufro. Me canso, algo habrá más interesante. Si lo hay bien. Si no, problema, tentación de volver al origen frustrante. Bucle, sufrimiento. Imagina añadir a un adulto machacante que no gestiona correctamente el concepto de autoridad…exigiendo superar ese reto prestado.

En condiciones normales de desarrollo del juego.

Si nadie nos juzga ni nos paraliza, asistimos como observadores a un proceso natural que forma parte del centrado de las habilidades durante la primera maduración. Hasta que hallamos aquel punto en que nos sentimos bien y ahí nos quedamos. El fracaso no se ha sentido como tal, porque nadie nos ha atacado.

Luego, ante la ausencia de angustia, culpa, vergüenza ni bloqueo, se ha vencido el obstáculo y aquel niño descubre que lo que le gusta no es el cubo de Rubik, sino construir maquetas, por ejemplo.

¡Y no hay problema! Es más, ha creado un magnífico y maduro recurso que le servirá para posicionarse en la vida adulta: nada más y nada menos que la gestación de estrategias transferibles para el futuro.

No me imagino estar en una clase de Psicomotricidad y reprender a un alumno que realiza una construcción porque a mi parece que está mal. De hecho no es así. No están ni bien ni mal, son sus primeros signos creativos. Así que, animar, ayudar a la vez que dejar hacer. Dejar a la vista, otros materiales para testear, Observar, respetar…

¡El éxito está asegurado!

El éxito en sus grandilocuentes esfuerzos por elevarlo y fijarlo en un rasero estereotipado, no es más que una fuente de frustración generalizada, tal cual se ha establecido en los medios. Y es por ello que sencillamente, el éxito es ser feliz con lo que haces. ¡Así de sencillo! Si un servidor se tuviera que doler de que no puede ser un You Tuber de éxito, no estaríamos hablando ahora. El éxito está en que si desde la lectura de este post, una madre, un padre, un maestro, se da cuenta de que puede modificar su modo de actuar, eso beneficiará a un niño que no entenderá el fracaso como un signo de identidad, sino como un proceso necesario en su desarrollo.

La dicotomía de los regalos.

La regulación es lo que vemos cuando los niños experimentan con los regalos de Reyes, cumpleaños y festejos varios en los que son generosamente obsequiados. Cuando hay muchos parabienes, desempaquetarlos ya es un momento desconcertante. Luego el proceso de selección. Tiene su historia. Veamos:

Distinguen entre los que habían pedido y los que no.

Los segundos pueden encantar o pueden directamente ser ignorados. Es habitual que el adulto que hace un regalo no pedido se ofenda si el niño rehúsa, especialmente si ha costado un buen dinero:

Primer error: imponer, sancionar, obligar a jugar con él y más allá de eso, exigir un adoctrinamiento sobre ese juego de expectativas impuestas.

Acierto: dejar hacer, aceptar que realice su propio proceso de selección. Hay un importante feedback ahí. El mero silencio y dejar hacer ya es educativo. Y luego, por supuesto, ayudar de buen grado y sin malos gestos.

Cuando el adulto entra en juego de la peor manera posible.

Normalmente no se suele hacer con mala intención, aunque los efectos son devastadores. Veamos las tres peores intervenciones posibles:

1-Desacreditar la producción que en aquel momento se está realizando.

2-Comparar con un referente que supera el modelo en curso: un primo, un vecino, un personaje o persona real que hace algo parecido en la tele pero genial. Descalificar personalmente: eres un inútil, un fracasado. Cuando lo dicen un padre o una madre, cuidado. Poca broma.

3-La imposición. Categórico ¡Lo que tienes que hacer es esto! Y todo lo que escapa a ese ámbito es literalmente condenado, despreciado, destruido. Sin saber o siéndole indiferente al adulto, que lo que está destruyendo es la sensibilidad del alma cándida que tiene delante, sea su hijo, un sobrino, o un alumno.

El momento lo marca la inoportuna intervención. Ya sea de un adulto o un peer.

El problema surge cuando en un momento en que aquello se nos cruza y nos enfadamos. Por mala fortuna, una persona con autoridad o poder suficiente sobre nosotros, alguien a quien admiramos, tememos u odiamos en aquel momento va a hacernos daño, y activará un mecanismo con un juicio de disvalor. Unas palabras que nos harán sentir inermes, vencidos y vergonzantes. Y ya ves, es cuestión de un momento.

Somos una decepción para aquel que nos ha defraudado. Difícil de procesar en las primeras edades.

Cuando se trata de que el desprestigio lo ejerce un igual, se lleva mal y a menudo abandonamos esa dedicación por niveles insoportables de frustración o la llevamos a término a escondidas, aunque con amargura y muy mediatizados. Quizá en aquel momento no tenemos posibilidad de conocer a nuevos amigos y desde luego, claro está, que a la familia no se la elige. Para eso estarás preparado más tarde.

El juicio ha dejado una huella difícil de borrar.

El espíritu reaccionario y resiliente se puede negociar cuando dispones de recursos internos y otras salidas que puedes llevar a cabo, superando el nivel. El problema es cuando se sufre el revés. Se bloquea internamente cualquier capacidad de hallar alternativas en ese instante y durante un tiempo, ya que en un estado de maduración temprano no se dispone de esas herramientas autónomas y si el entorno no acompaña…

La Gestalt trabaja con mucha solvencia la disociación de estímulos arraigados y reacciones, consiguiendo desbloquear a la persona y le abre camino a poder continuar creciendo.

Lo denominan enclaves terapéuticos y su labor consiste en romper un ancla desagradable y reemplazarlo por un anclaje positivo, poniendo distancia entre la nueva irrupción del estímulo paralizante y aquella reacción que ya se ha disociado.

Las escuelas no tenían habilitados los protocolos de seguimiento que existen hoy.

Hay una ingente cantidad de fracasados clínicos que son herederos de los años setenta, ochenta y noventa. No olvidemos que la resiliencia contempla la participación de un entorno reparador y que a falta de ese soporte, ese es precisamente el factor destructivo. Si en aquellos tiempos no te gustaba la escuela, Certificado Escolar y a trabajar. Sin más. La mayoría de compañeros a los que no les gustaba estudiar era porque tenían claro a que se querían dedicar y migraban a Formación Profesional. Luego el fracaso vendría de haberles obligado a estudiar algo que no les iba a servir y les robaba tiempo.

Cuando el fracaso se impone como norma en un sistema familiar represivo, habitualmente se silencia el dolor, se sobrelleva y se inicia el camino hacia lo que denomino: el límite del fracaso.

¿Cómo se negocia internamente que a temprana edad tus seres queridos te pongan las maletas en la puerta?¿A dónde vas a ir? Lo sabes, claudicas, aceptas con la esperanza de que eso algún día cambie. ¿Lo hará? Te invito a conocer a Ricardo.

¡Vamos a contar esa historia!

EL HIJO DEL EBANISTA.

Ricardo es hijo de un reconocido ebanista de la ciudad. Como buen hijo, y orgulloso de su padre, admira las maravillas que hace con la madera, muebles preciosos y perfectos, cuidados con el celo de un artista. El agradecimiento de sus clientes, el prestigio personal, etc. Sin embargo, el padre tiene otros proyectos para él. Independientemente de que Ricardo se lo ruegue, no ha tenido oportunidad de demostrar su capacidad de aprendizaje. A pesar de su enorme entusiasmo, el padre rehúsa ayudarle, pero le obliga a pasar largas horas en el taller realizando tareas que se alejan de lo sustancial. No hay vacaciones. Primero en abrir, último en cerrar. Ricardo las vive como algo humillante y se lleva la peor parte: barrer, atender a clientes, hacer recados, etc. Y eso, aparte de aburrirle y ver que no lleva a ninguna parte, le destruye internamente porque no hay valor en esas tediosas tareas. El futuro alternativo que le tienen diseñado está ahí, pero el padre lo considera una instrucción disciplinaria fundamental. No hay sentido para ese tipo de tareas si no forman parte de un proyecto deseado.

LA?ACOMETIDA. RICARDO SE ENVALENTONA Y REINVIDICA SU DERECHO A DEMOSTRAR.

Como es lógico, un día, nuestro amigo piensa que si se pone manos a la obra a producir un mueble con acabados artísticos, tirando de cuatro maderos sobrantes que hay en el almacén, le demostrará a su padre que es capaz de realizar ese trabajo, incluso de superarle en el futuro y le va a impresionar. Ay ay ay. ¿Y si papá no está preparado para eso?¿Y si le aterroriza la idea? Eso Ricardo no lo sabe, lo descubrirá en fases más avanzadas de su incipiente e intensa convicencia con el fracaso. El caso es que lamentará no haberse escondido en ese lógico afán de los niños por compartir lo que hacen en búsqueda de la aprobación. Un día aparece un simpático cliente y en lugar de pasar o hacer un comentario agradable, alabando cuando no, el esmero dedicado, le dice la peor frase posible, lo más parecido a la embestida de un miura:

¡NUNCA SERÁS COMO TU PADRE!

El personal del taller está dividido. La mitad le ayuda y es amable con él apoyándole en sus intentos creativos -baldíos en verdad todos ellos-. La otra mitad, de plano, se apoya en su buen rendimiento académico para mostrar su recelo y aprovechar para recordarle que en esa actividad no hay sitio para él, un odioso empollón. ¿Qué remedio? Es a lo que le han conminado al denegarle la ilusión de definir su pasión. Le humillarán a la mínima oportunidad. Sistemáticamente. Hay algo aún peor: cuando ese ingrato cliente le dice a padre que su hijo nunca será como él, nisiquiera tiene la decencia de defenderle.

RICARDO EN LA ESCUELA.

Ante la desazón, Ricardo entra en una depresión sostenible. Tiene que estudiar para cumplir un sueño ajeno. Va al colegio, pero deja de estudiar fuerte porque no le ve sentido. Push&pull. Uno empuja con fuerza si tiene una luz poderosa que seguir. Ricardo aceptaba el colegio como conditio sine qua non, prepararse para ser el mejor ebanista y suceder legítimamente a su padre en el oficio. Cuando esa finalidad motivadora es coartada, porque lo que encuentra es rechazo, ¿qué sentido tendrá trabajar duro? A la deriva. ¿Cómo se inventa una pasión o vocación alternativa? No le queda otra alternativa y debe seguir empujando, ejerciendo el gregarismo como modo de supervivencia: enfocarse a la mejor solución posible, dado que su sueño se ha roto.

El Primer Maestro le ha fallado y eso le lleva al descarte.

El dolor ha enquistado. Al principio, Ricardo obtenía notas destacadas, recitaba durante dos horas de memoria. Su madre le ayudaba, pero en aquel tiempo, las madres en cuanto al diseño del futuro de un vástago no pintaban una regadera y la crianza, así como el apoyo en los estudios formaban parte de un plan meramente asistencial y doméstico. Cuando Ricardo compartía una nota con entusiasmo con su padre, este ni se inmutaba y continuaba viendo la tele. Eso sí, cuando Ricardo descubrió el modo de llamar la atención de su padre, compró con ese humillante recurso la ira de Poseidón. Era suficiente con suspender un examen adrede. De repente, el Maestro Ebanista aparecía de la nada. Es triste que papá sólo esté para las reprimendas, pero al menos hay alguien. Difícil no recordar. Doble tormento: la renuncia a un sueño y la tortura del proyecto impuesto.

EL FUTURO DE RICARDO.

Al vivir con el miedo en el cuerpo, nuestro amigo no halló vocación alguna, ya que cualquier propuesta compartida con las personas equivocadas era censurada. Llegó a estudiar Ciencias Empresariales e incluso se graduó. Todo lo que intentó a la desesperada salió mal ¿Cómo iba a montar un taller de ebanisteria si no conocía el oficio a nivel de desarrollo? ¿Cómo se inventa una vocación cuando has enterrado la tuya? El desconocimiento de ciertas situaciones le dejaría vendido a encargados más bien amigos de lo ajeno. No era viable. Desilusión definitiva. Además, cuando cogía una herramienta, le temblaba el pulso, le caían piezas y acababa llorando de impotencia. Más destrucción.

En fin, tenía un título universitario.

Trabajó en un banco quince años. Le finiquitaron con un ERTE. Se gastó todo el dinero en ocio en dos años. Total, odiaba ese trabajo. Detestaba tener que colocar un fondo de inversión a un anciano para mantener vivo su ranking y evitar las temidas reuniones con el director de la oficina. Nada tenía sentido. Cualquier cosa que hiciera más allá de lo efímero no le llenaba. Al final, ni la diversión fue suficiente y eso que no se drogó. Consiguió entrar en un instituto de secundaria. Todo su entorno se felicitaba. Su padre podía sentirse orgulloso.

Pero los alumnos hoy en día ya no escuchan.

Y su fragilidad interna no le habilitaban en suma para construir argumentos de motivación con la fuerza necesaria para vincular al alumnado. Para ello hace falta vocación auténtica. La suya había muerto porque alguien la había mancillado. Ricardo buscaba sencillamente el menor sufrimiento posible. Justo le iba con respirar. Julio, agosto y fiestas de guardar. No eran esos argumentos que justificaran una vocación que intentaba desarrollar, porque le gustaba enseñar…ebanistería. Estaba en una situación de vocación a la mitad y eso, lejos de llenar, nutre la desdicha y corroe los intestinos. Quería transmitir a sus alumnos una experiencia contraria a la recibida. No era suficiente. No hay buen push si un auténtico pull. Le faltaba la energía de ese sueño realizado o vivo, en proceso. Muchos profesionales de profesiones que queman sobreviven porque no perseveran en otros frentes. Ricardo no tenía esa fuerza. Abusaron de su bondad y le obligaron a jugar a todo o nada. Era tarde.

Huídas hacia adelante constantes.

Y si internamente se proponía algo serio, lógicamente no tuvo la consistencia para desarrollarlo con firmeza. Ante tal falta de agarre a una vida que no hacía más que suponerle la reminiscencia de que apasionarse era perjudicial, decidió abandonarse hasta que apareció el límite del fracaso: el punto en que no hace falta suicidarse para ponerle fin a la agonía. Engordó cincuenta kilos, se encomendó a una cómoda cama y dejó de sufrir, pues murió mucho antes, el día que alguien muy cercano le denegó un sueño y no compartió el secreto de su éxito con él, abandonándole así a un terrible condicionamiento. Una mañana no despertó.

Fin de la historia.

El juicio del fracaso ataca al punto más vulnerable del ser.

Es ahí donde centraremos la atención porque nace el conflicto que te marcará para siempre o por el tiempo que tardes en tomar conciencia de su control y realizar un plan de cambio para vencerlo. La inseguridad, la incomplitud y a niveles elevados de infelicidad, la vulnerabilidad y la enajenación.

Debemos centrarnos en que las expectativas de dicho trauma que genera la percepción del fracaso son realizables.

Ese es el punto crucial: animar a la persona a que cumpla una meta que objetivamente puede alcanzar. Lo contrario es engaño y totalmente antipedagógico.

1- Ese es el marco de trabajo sobre el que se centra la fase del alivio, en una primera instancia.

2- En un segundo nivel, gestionar un modo saludable de convivir con él.

3-En tercera instancia y ya desde el equilibrio emocional y una mayor fortaleza, el fraguado de un plan de actuación y el compromiso necesario para cumplir la meta que acalla ese núcleo instalado del fracaso.

¿Cómo nos pueden hacer daño?

Tres elementos son carnaza para que aquellos que nos destruyen con la intención de ayudarnos, o de plano quieren hundirnos porque si cumplimos nuestras metas obramos un espejo fatal para ellos:

1-La honestidad y la lealtad mal enfocada.

Nosotros creamos al monstruo. Casi siempre y con la mejor intención elegimos mal a la persona en quien depositamos el conocimiento de nuestros objetivos. A veces nos viene dado por decreto y es la familia. La complejidad reside en la consistencia de los planes que para ti tiene la familia, el grado de aceptación de dichas proyecciones en relación a los suyos para tu persona y cómo planificarán tu educación para que sus proyectos para tu futuro vayan venciendo a tus inquietudes, de manera que se fragüe en tu interior un proceso muy traumático. El adoctrinamiento de la felicidad prestada.

2- La inseguridad.

Cuando los ataques a tus proyectos, metas, objetivos son sistemáticos y los ejercen personas emocionalmente poderosas de tu entorno, amigos y/o familia, incluso tu pareja, tal vez y por tu propia salud los pongas firmes o de plano los envíes a rodar. Porque de no poner orden y a ti por delante, tu salud se va a resentir. Hay que reconceptuar esas influencias para neutralizar su autoridad y desbloquearnos.

3-Permanecer forzosamente en la infelicidad de llevar a término por largo tiempo un trabajo para sobrevivir.

Toda la lógica de lo que has vivido y la no disponibilidad de recursos para rebelarte no te han permitido reunir los recursos necesarios para desarrollar tu proyecto. Has naturalizado el fracaso como una parte abierta y dignificada de tu identidad y cualquiera se cree con derecho a recordártelo, empezando con la familia, los amigos y la sociedad en general que nunca golpeará un bordillo si puede hacerlo con una caja de cartón.

¿Eres un bordillo al que duele golpear, o una inofensiva caja de cartón?

Cualquier proceso de acompañamiento en el vencimiento de aflicciones y reconstrucción que nos lleva a recuperar la ilusión y hacernos fuertes para optar a nuevas oportunidades, requerirá en el momento definitivo de nuestra extrema implicación. El fundamento para superar algún día el fracaso cuando se convive con él está en el lado del que te posicionas.

Como bien asevera el Doctor Mario Alonso Puig:

La diferencia entre el éxito y el fracaso es el grado de compromiso.

Mucha gente anhela los años setenta y ochenta. Durante un tiempo, un servidor también. Hasta que de pronto, derribas barreras y te propones ver qué te puede enseñar un alumno. ¡Y te sorprendes! Así que aprendes que en el fondo, el mejor acompañamiento que le puedes proporcionar a tu alumnado es valorar lo que hace, acreditar y facilitar su acceso a sus intereses personales y formativos, dejando que ese descubrimiento te transforme. Te hace mejor.

Pasa de ser un docente temeroso de no ser escuchado a ser un facilitador de recursos

¡De repente se obra la magia! No necesitas hablar tanto. Proporcionas las herramientas, fomentas la autonomía, estás para atender a las preguntas que genera la realidad ante esa autoridad más sólida que has construido y el modo de apalancar la enseñanza ha crecido espectacularmente. Has trascendido de un discurso generador de tendencia, a una persona flexible que le proporciona a cada cuál lo que necesita y el modo en que mejor lo puede adquirir.

¡Eso es enseñar!

Desde el momento en que les apoyas en su fuerza de tiro o pull, adquiere tracción mediante la motivación que le reporta ser consciente de su evolución, la consciencia del logro. No hay obstáculo que se resista.

Así, a la propuesta de una alumna: «Quiero montar una peluquería» la respuesta de primeras no sería: «El mercado está saturado, cuenta cuántas peluquerías hay en tu barriada y en la ciudad» sino: ¿Tienes un catálogo de peinados originales? y ofrecerle el soporte necesario para que tenga curiosidad en cómo se crea una web y promover su idea en redes sociales.

¿Qué hacemos cuando un sector concreto de nuestro alumnado no ha desarrollado una meta concreta?

Proponerle leer. Escribir sobre las reflexiones que dichas lecturas le han suscitado, hasta que de forma espontánea, surja una inquietud. Trabajo constante. Apoyando y sin forzar. Explicando, pero sin condicionar. Animando en una tarea sólida de mayéutica socrática.

Cuando se trata de personas adultas:

Leer filosofía estoica, cambiar de trabajo y si no es posible en el momento, establecer un plan a corto-medoio plazo. Viajar cuando le sea posible, ampliar el círculo social, romper con relaciones sociales tóxicas pueden ser claves fuertes de desarrollo. Mudar de residencia y empezar de cero en otra Comunidad Autónoma o país. No merece la pena magnificar el fracaso.

Lo que no tenía Ricardo, el hijo del ebanista y ahora existe.

Recursos educativos y bases de resiliencia en el sentido de ayuda psicológica para luchar por sus sueños y consejo para elegir qué decir, a quién y cómo. Fundamentalmente guía para que el entorno apropiado de profesionales pueda asistir al alumnado a lograr sus objetivos personales y profesionales. Y si estos no son realizables, hacerlo con la mayor amabilidad posible, manteniendo siempre el foco de que en todo momento haya vivo un pull en la conciencia. Todos ellos inexistentes con carácter general en su tiempo y en su entorno.

El fracaso es un mero juicio perceptivo.

Debemos estar preparados para convivir amablemente con él mientras dure. Nuestra salud y futuro dependen de ello.

El fracaso es aceptable como un elemento de integración esencial, en el proceso evolutivo hacia una meta.

Aunque no debe pasar del ámbito de un trabajo temporal.

El fracaso es algo con lo que se puede convivir mientras su concepto no comprometa la salud.

Es difícil ser feliz ejerciendo una vocación gregaria, porque lo que esta significa, es aquello que haces para sobrevivir, pero mantienes un poso de dolor porque sabes que la vocación original yace enterrada en lo más profundo de tu ser y grita en silencio. ¿Es posible rescatarla? Tal vez.

El tema estriba en:

Ricardo, el hijo del ebanista, murió para matar el insostenible nivel de conciencia de fracaso que habitaba en él. Muchas depresiones hoy en día ocultan historias paralelas. No son pocas las somatizaciones que separan a seres queridos de la vida ante el peso de la insoportable rutina y la extrema dificultad para ser felices.

Por tanto, hay que corregir el enfoque, sin por ello justificar el conformismo.

Como he apuntado anteriormente, el éxito consiste en realizar aquello que nos hace felices y no admite comparaciones: es personal, particular y sentido. Puede ser sencillo. Centrémonos en lo que sabemos y podemos hacer bien.

¿Cuál es tu determinación Pull? Y luchar a muerte para conseguir tu objetivo. Una vez hayas llegado, ser capaz de ayudar a otros a lograrlo. ¡Eso es grandeza!

¡Feliz Año Nuevo 2024!

viviraltiempo.com Tm.

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